"Salustiana María Álvarez"
Selección de texto que acompaña imagen:
En Maroñas, a dos cuadras del hipódromo, dibuja en hormigón armado su corto recorrido una calle. Desde la avenida General Flores, deja ir apenas unos trescientos metros. Después se acaba. La bordea un barrio humilde, de modestas casas con frentes sembrados. Y donde el número 524 asoma a un portón de tejido de alambre, hay un terreno atosigado de árboles frutales y un sendero acompañado de plantas que, serpenteando, lleva hasta una pintoresca vivienda. Un largo hilo de alambre, que alcanza una campana escondida bajo un parral, da el alerta de las visitas que halla eco en los perros. Vive allí un extranjero, hombre rubio que unió su destino a una criolla.
Juan Lisler y Rosalía Claveli de Lisler afincan su hogar en ese agradable rincón, donde juntando sus esfuerzos han hecho brotar vida esplendorosa de la tierra siempre fácil al que la trabaja con entusiasmo. Tienen varios hijos y una reliquia. Esta es una anciana de tez morena que envejeció hace casi medio siglo y lleva otro tanto viviendo con los ojos sin luz, ahora en despedida ya de sus cien años de existencia. La acompaña una mujer, Crescencia Riestra, de más de doce lustros de vida, a la cual la centenaria Salustiana M. Alvarez de Saavedra, recogiera al nacer.
Los esposos Lister, con generoso comedimiento, les han destinado una habitación para que vivan en ella y las ayudan a vivir.
Cuarenta años en la noche
Doña Salustiana, como la nombran quienes la conocen, está ciega desde hace más de cuarenta años. Hace veinte que vive donde ahora. Lleva diez postrada, sin poder valerse a si misma para nada. En un pulcro lecho de pobre pasa las horas mirando sin ver a la puerta de su pequeña habitación, por donde le llega el bullicio de los niños - a quienes llama sus nietecitos -, la algarabía de los pájaros que no la han visto nunca, y la voz cambiante de una radio de la que gusta escuchar los aires nativos que le recuerdan su lejana juventud. [...]
¡Qué lejos todo eso!
Pasen señores, pasen…Crescencia…Traeles una silla. Qué quieren de mí, tan vieja?
Son periodistas Doña Salustiana. Vienen para que uste les cuente de su vida.
Bueno…bueno…Voy a decirles algo. Me llamo Salustiana Alvarez Saavedra…No, Saavedra Alvarez…Sí, Alvarez Saavedra…Nací en la Quinta de los Riestra…Los habrán oído nombrar…En el arroyo Miguelete…En el ochocientos treinta…treinta…No me acuerdo bien…¡Ha pasado tanto tiempo!...Crescencia: saca a los niños de ahí.
Los chiquilines están afuera, doña Salustiana, jugando.
A Crescencia la recogí cuando tenía dos días de vida. La crié como a una hija…Es mi hija…Yo tenía seis hermanos varones y seis hermanas mujeres…Todos murieron hace ya muchos años…Mi padre se llamaba Juan Alvarez…Sirvió con Oribe…Mi madre era esclava de la familia Riestra…Me acuerdo de la Guerra Grande…Era yo una niña. Ahora soy muy vieja…Ya no
me puedo mover…Siempre acostada…Siempre acostada…Y ciega…Hace cuarenta años que no veo.
Cuenteles cómo perdió la vista.
Ah, si…Iba yo con un atado de ropa en la cabeza…Iba para una quinta de Maroñas…¿De quien era la quinta, Crescencia?
No me acuerdo, doña Salustiana.
Fue un golpe de aire…No pude ver más…Me quedé ciega…Así viví…Pobre y acompañada de Crescencia…Hasta que Rosalía, a la que yo vi nacer, me trajo a vivir con ella, aquí en Mendoza.
Doña Salustiana cree que vive en Mendoza. Nosotros le decimos que no, pero ella dice que sí.
Sí, en Mendoza…¡Lindo lugar!....¿No les parece a ustedes? [...]
En: “Tiene ya más de cien años y hace cuarenta que está ciega”, El Plata, año XXVI, N° 9272, Montevideo, viernes 23 de febrero de 1940, p. 12. [Director: Juan A. Ramirez] Disponible en hemeroteca de Palacio Legislativo.
CÓDIGO DE REFERENCIA: AAFRO_SCA0026

